Yo te pude haber sembrado alas.
Por eso no es casual este despojo,
revoltijo de ave exhausta entre mis manos,
metáfora de anhelo desplumado,
con un palmo de narices y aterido,
desnudo maniquí de las rebajas
en las que aún hay quien encuentra
amor sin emociones fuertes.
Pero, claro,
a ti nunca te gustó Sabina,
y haces elipsis del mes de abril,
de las semanas,
y de los viernes en Estambul,
cuando parece que me quieres.
Yo te pude haber sembrado alas.
Pero el paso lo detienes en umbrales
de zaguanes desolados que te muestro,
y vuelves a enunciar la teoría
sobre el grupo sanguíneo de los gatos,
prescindiendo de la zoología acuática,
que se visita en sucesivas inmersiones
a pleno pulmón o, en definitiva,
con agallas.
Yo te pude haber sembrado alas.
A pesar del barro que aún no tocas.
A pesar de estos seiscientos metros
de angustia sobre el nivel del mar.
Porque para remontarlos yo te pude haber sembrado alas.
Pude haber sembrado alas y lo sabes.
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