domingo

Mar

“nada es tan necesario al hombre
como su trozo de mar”
Blas de Otero, Ancia

zoología marina...

Zoología marina.
Me adviertes de este desorden
de ciudad reseca,
ávida de azul y tan permeable
al desencuentro:

"Es como el desovar sin sexo de los peces,
o la generación alterna
de pólipos y medusas hechas de agua,
que se engendran y no se reconocen".

Nada explica, sin embargo,
este sentir vivíparo, caliente,
que se gesta en tu invasión acuática
sobre mis tierras.
Es como un charco,
como una ría.
Brazo de mar o, simplemente,
humedad
-relativa-
del aire que respiromientras llueve.

vertiente rápida de tu costado...

Vertiente rápida de tu costado hacia los tobillos.
Pierdo pie.
Mi pelo
ameriza en tu cintura y,
pese al día,
se ha oscurecido el sol sobre mi espalda.
Más abajo,
desciende en el talud de continentes
la conciencia animal
de carne y hueso.
Columna medular,
materia blanda
que resbala.
Resbala y se diluye una vez más
mi forma,
buceando amor pelágico de tus honduras,
bebiendo el carbono azul de tu aliento en mí.
Ay de mi aire.

cuando la luz añil trae aire...

Cuando la luz añil trae aire,
en su color respira mi profundidad acuática.
Flota el cielo en esta liquidez turquesa.
Elemento intermedio, transparente y filtrado,
espeso como el fluir de las corrientes submarinas.
Aquí muerdo el anzuelo
que acompaña al cebo de tu lengua.
Aquí crece más rojo
el coral bicéfalo de mi pecho.
Aquí, por fin aquí,
despiertan olas
desde los dedos de Poseidón
hasta mis islas.
Es como bucear dormidos.
Yo me ahogo y tú te hundes.
Sin pulmón y sin cartografía.
Sexo en el azul como los peces.

mi último deseo de superficie...

Mi último deseo de superficie
fue boca que llevase el aire a mi garganta.
Por entonces
ya se adivinaba el pulmón inútil,
derroche interminable de alveolos,
redrojo inspirador y prescindible.
En esos días,
hubiese yo cambiado
mano en aleta,
bronquio por branquia,
y en escamas
la disciplina seca de esta piel.
Y, sin embargo,
habitante invertebrado en los dominios
de un mar desorbitado que giraba,
trazabas mi destino de abandono,
de pecio y de deriva,
encalladura,
orilla y secadero de mi almohada.

no fue entonces...

No fue entonces, fue más lejos.
A más años, más kilómetros de distancia.
Como si el final tomase posiciones,
ubicándose delante, aprisa, al frente,
situándose imprevisto,
traidor y pálido,
un marzo cualquiera.
Cualquiera, sí, pero más lejos.
Precipitándose, no elevándose, no.
Precipitándose al cielo como una ola,
de puro blanca y de inmensa azul,
al borde de quebrarse,
de abrirse rota al fin,
de pronto plena.
Y acabarse así,
con estrépito frío y salado,
con inhóspito girar marino.
Abrupto fin, mensaje silencioso.
Susurro de aquel mar Madrid no oye.

Bajamar

“como el mar de la playa a las arenas
voy en este naufragio de vaivenes”
Miguel Hernández, El rayo que no cesa

si este cuerpo...

Si este cuerpo, casi mío,
no borrase
en la orilla su perfil,
su permanencia.
Si no ajustase el ojo,
inevitable, la distancia.
Si esta piel no se quebrase seca
cada vez que estiro el brazo
en invasión doliente hacia tu espalda.
Si no llegase, si prescindiese
esta bajamar del día,
del deseo de otras aguas,
de otros cuerpos.
Si éste,
que es casi mío,
fuera mío,
cuánto de mí en mí misma,
cuánta audacia
de todo mi ser yo,
no más ajeno.
Qué juntas hoy conmigo mi existencia,
mi anhelo al fin de mí,
mi misma vida.

es la falta de costumbre...

Es la falta de costumbre de la luz,
es intermedio
de pupila estremecida,
deslumbrada.
Es sorpresa de mi espalda embarrancada en esta orilla,
de este cuerpo en expulsión de tus dominios.
(Qué azul sabía el mar entonces.
Qué acuático reptil se me acercaba
cuando jugaba a ser deseo perpendicular que se cumplía,
cuando jugaba a ser deseo,
cuando jugaba a ser…).
Es la necesidad de respirar,
es desconcierto
de laringe hoy invadida por el aire.
Es destierro y es desagüe
la visita a este lugar que desconozco,
la salida de otros mundos que merezco.
Nada más.
Voy boqueando por agallas y en las dársenas sin sombra
me seco para al fin volverte pronto.

como tu piel no me frecuenta...

Como tu piel no me frecuenta,
esta mi epidermis se repliega,
camino adentro,
donde nunca me habitaste.
A un recinto de mí que desconoces,
se arrastra y,
por debajo de la puerta,
llega a un rincón de carne no besable,
cesura inmensa y muda de mis versos.
Qué dolor.
Qué vulnerable ahora que me vuelvo del revés.
Ahora que emerge débil la entraña herida.
Ahora que se entrega entumecido
el pulmón al aire,
tendido a secar al sol de las horas tristes,
las tardes vanas,
del día en que tu piel no me frecuenta.

la memoria es residente de mis huesos...

La memoria es residente de mis huesos.
Se arena cada noche y acristala
tu imagen en la fibra de mis brazos.

Es extraño
que el único dolor que no causabas
me haya clavado al borde de mi lecho,
como alfiler inmenso, arpón agudo,
de la cabeza al vientre resbalando hacia los pies.
Ese dolor exacto y desmedido
(de piel poco frecuente, de invasiones
hacia el perfil ajeno de tu cuerpo)
se nutre del olvido que no llega,
enquista en mí la vida que no fue,
le da cobijo,
secreto en lo profundo de mis huesos.
Allí donde reside la memoria.
Allí donde se arena y acristala
tu imagen en la fibra de mis brazos.

la noche en que fui eterna...

La noche en que fui eterna
prendió a mi ombligo el mundo.
Centro y eje para el cosmos,
dolor de vórtice universal
me acompañó un momento,
un segundo no más, para tragarse
en una inspiración la realidad,
las realidades,
el día de hoy y el de antes de ayer,
centrifugados.
Y he aquí que la conciencia,
como una aspiradora en las antípodas,
succionaba el aire, engullía el tiempo
al dejarme sola,
en aquella oscuridad y de rodillas,
con las palmas de las manos
y la vida
corriendo pierna arriba en contraplano.
La noche en que fui eterna
fui agua primigenia,
fui materia,
origen y animal,
carne en injerto.
Porque en penumbra acuática, abisal,
de un fondo ajeno,
el mundo entero fue mi vientre,
mi pupila,
mi destino,
y sólo yo.

Desolación

“aquello sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad vemos que no era
más que un desolador deseo de esconderse”
Jaime Gil de Biedma, Por vivir aquí

viene...

Viene.
Preñada de flores secas,
vientre por delante lleno
de ilusión podrida viene.

Llega.
Llega como noche estéril,
reumática de deseo,
plantadora de hojas llega.

Como un augurio,
como un mal bicho,
hace entrada la esperanza.

La reina de las sombras,
de los finales,
la última que se pierde.

he bajado a la plaza...

Uno.
He bajado a la plaza.
Me miras desde el balcón
y siento en el pecho el peso
de mil gorriones tristes.

Dos.
Me he tragado el anzuelo
del lóbulo de tu oreja izquierda.
Me arañó el estómago en carne viva.

Tres.
Para no descomponerme
vomito tu nombre.
Otra vez. Una vez más.
El hígado se pone en pie
y, para acompañarlo,
la laringe se desbarata
como un desguace.

Cuatro.
Todo lo que no me diste
se agolpa tras las puertas de mi cuarto,
enfila cuentas de un collar que yo no llevo,
enquista el quicio, el catre, el cuello.
También los mares.

Cinco.
Sumo un silencio más,
que se coloca, dócil,
después del último de la fila.
Cuando cuente tres
se desdibujará en la bruma
y yo me creeré morir.

Seis.
Cuando mordía tu carne,
cuando bajaba por tu espalda
y me gastaba en apetito,
el mundo era tamiz,
el mundo era redondo,
el mundo era.

no será fácil pesar el día...

No será fácil pesar el día
cuando caigan las estatuas y nos quede
poco más que el armazón de este momento,
de este deseo infinito,
de esta desnudez que somos.
No será fácil
resolver a favor cada minuto
cuando esta lucha por que nos tomen finalice,
por que nos vean,
por que nos miren,
por que nos convoquen cada día y cada noche
y, en especial, en aquel momento
en que caigan las estatuas y el deseo,
y este armazón infinito,
esta desnudez que somos.

aunque la tarde es bella...

Aunque la tarde es bella,
y tengo los pies blancos
y perfume entre los pechos,
veo pasar contigo el día,
el destrozo de tu nombre en mi garganta,
la vida que no es,
la vida.

amanezco azul oscuro...

Amanezco azul oscuro en esta ciudad
que no es la nuestra.
El día no es igual.
No me rescata desde mis párpados
blando y limpio el amanecer.
Más bien me hiere su sonido hondo,
me hiere la mañana y la ciudad bella,
belleza extraña, belleza de uno.
Ya no despierto azul y blanca.
Ya no me llama rojo mudéjar
y albo de sol el día.
Ya no me arranca del sueño el alma
(qué blanca y suave llegaba la conciencia entonces).
Se marcha el día de amanecida dulce.
Se marchan vida y sueño
al abrir los ojos,
al abrir este horizonte tan dormido.
Amenaza la mañana a las siete y diez.
Amanecían las siete y diez como agua brotando.
Un día nuevo que concurre
a esta amnesia decidida,
para no sentir el no sentir,
para despertarse nada más lo suficiente,
para desandar las horas y volver al sueño.

Suelo

“y te decides a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces”
Pablo Neruda, Los versos del capitán

tu amor...

Tu amor
(o tu falta de amor)
me deja absorta, de carne,
retrata una visión de mí
que no poseo.

Mi amor
(o mi falta de amor)
es esclavo y adelgaza
al estirarse,
es dolor elástico y pendular,
de ida sin vuelta.

Nuestra falta de amor, en definitiva,
aun siendo modesta,
borra la memoria de los mares,
confunde los caminos de este suelo
y horada el alma.

En el centro del naufragio.
A deshora y en invierno.

yo te pude haber sembrado alas...

Yo te pude haber sembrado alas.
Por eso no es casual este despojo,
revoltijo de ave exhausta entre mis manos,
metáfora de anhelo desplumado,
con un palmo de narices y aterido,
desnudo maniquí de las rebajas
en las que aún hay quien encuentra
amor sin emociones fuertes.
Pero, claro,
a ti nunca te gustó Sabina,
y haces elipsis del mes de abril,
de las semanas,
y de los viernes en Estambul,
cuando parece que me quieres.
Yo te pude haber sembrado alas.
Pero el paso lo detienes en umbrales
de zaguanes desolados que te muestro,
y vuelves a enunciar la teoría
sobre el grupo sanguíneo de los gatos,
prescindiendo de la zoología acuática,
que se visita en sucesivas inmersiones
a pleno pulmón o, en definitiva,
con agallas.
Yo te pude haber sembrado alas.
A pesar del barro que aún no tocas.
A pesar de estos seiscientos metros
de angustia sobre el nivel del mar.
Porque para remontarlos yo te pude haber sembrado alas.
Pude haber sembrado alas y lo sabes.

ya no he de presentar batalla...

Ya no he de presentar batalla.
Después de todo, igual se desbarata el día,
y no queda más de mí que mi desplome,
mi renuncia,
suelo yermo de antemano así entregado.
Y esta rendición tan absoluta,
sin tratados, condiciones,
cláusulas ni cesiones compensatorias.
Amén de este botín de guerra,
del expolio y del saqueo que conozco,
del derribo de la almena y de las alas,
sobre la tierra,
bajo la noche
y entre las muertes.
A qué luchar,
contra quién levantarse en armas,
si el deseo de vencer se desmorona,
si traiciono al fin mis huestes y llanuras,
y abro valles a la marcha de enemigos.
Dónde batir,
por qué oponerse
y cuál es la afrenta
una vez planificada la derrota,
que me brota del desierto, del destierro,
de naturaleza yerta, esclavo en vida,
arma entregada.
A los pies tuyos,
sumiso servidor, siervo cautivo,
mis tierras nuevamente, mis dominios,
y el despojo de este ejército rebelde
que busca el fin, que rompe filas,
que no ha de presentar batalla.

a partir de hoy los días enloquecen...

A partir de hoy los días enloquecen.
Se reunirán cargados de vigilias,
despegarán abiertos y sin alas,
locos por remontarse y redimirse.
Caída libre invertida.
Qué inútil el tamiz y los desvanes,
qué seco y qué rebelde tu recuerdo.

lo otro, lo que dije, permanece...

Lo otro, lo que dije, permanece:
"yo soy, yo estoy, yo amo..."
Es verano. Alguien ha escrito
en una pared encalada tres palabras,
y recordar es sumar un desmayo.
Uno más.
El hastío, inmaculado sin sudor
y sin amarillo duende.
Las losas, pesadas.
Pesadas como levantarse,
perdonarse y salir fuera
a desentablillar sorpresas y dolores.
"Esto pasa, esto ocurre..."
Como si fuera cierto que ya basta,
que nos atan los labios como templos,
y que a veces
más vale no moverse de la pena,
del humo, la inacción y el verse quieto,
para seguir puliendo la tristeza
y hacer de ella una piedra delicada.

Tierra


“estás sintiendo ahora este aire de meseta
el que más sabe, el de tu salvación que no se oye”
Claudio Rodríguez, Casi una leyenda

después de haber caminado la tierra...

Después de haber caminado la tierra,
recorrido y recogido todo el suelo
que se eleva horizontal hacia mis plantas,
se derrama la extensión fecunda y firme
y la habito desde el llano hasta los montes.
Arena y polvo, piedra a ratos,
vergel o tundra deslavazada me crece en torno.
Y yo, nacida lejos,
piso y corro y tomo y muerdo
y abrazo fuerte el gozo húmedo
de esta lluvia sobre esta tierra.
Ahora, manchada de barro suave,
preñada de un gusto a madre
y con arena entre los dientes y los dedos
digo tierra y no me importa.
Que con el suelo recién tomado
descubro adentro horizonte fértil,
fin de destierro y desolaciones.

si supieras cómo...

Si supieras cómo, de fuera adentro,
anidaste en mi garganta y en mi sangre,
de qué manera aterrizó en mi vientre,
azul, dulce y sin más tu madrugada.
Si supieras, porque no sabes,
que esta salvación en tres actos
lleva escrito el desenlace de tus manos,
de tus dedos que desatan, desanudan y desnudan
todo el dolor del que soy capaz y del que me han sido.
Cómo decirte que en cada encuentro
me agarras de las muñecas hasta arañarme,
me arrastras y desalojas de esta derrota,
y salgo renacida, vomitando algas y espuma
de este océano que no me quiso y que me naufraga.
Cómo cuento que peleas y me ganas
al desastre de los fondos submarinos,
a la arena de mis ojos y a la apnea,
a la ceguera abisal y al peso de los mares.
Si supieras, porque no sabes,
que me agarro al clavo ardiendo de tu lengua,
que de noche, si no duermo,
me adhiero a tus espaldas y atraviesas
enjambres desbocados y ventiscas
que en sueños dentellean mis talones.
Cómo ordenar el tiempo en estos días,
después de mi silencio y de tus monstruos,
de tu caída libre en mi vacío,
en esta inmensidad que escalas
anclado en los herrajes de mi nombre corto.
De qué sirve que sepas, si no sabes,
que el recodo de tu hombro me redime,
que aunque amanezca huérfana mi cintura
y duela el gesto,
como un error,
tu mano sobre mi nuca corrige el mundo
en un segundo breve,
en un instante.
Si supieras que tus huellas se me imprimen
más hondo que el roce de lo devastado,
que me dolerá mañana más el cuerpo
que la vida,
más que el miedo.
Y no habré de esperar a que me cambies
la orientación de esas ventanas que ya llevan
tanto tiempo dirigidas al poniente.
Cómo decirte, cómo explicarte,
que mis besos te succionan opio dulce
y que insuflas marihuana en mis pulmones.
Que yo,
que tengo el alma atravesada como un chelo,
encuentro entre tus muslos mis acordes
y me inauguras días,
tiempos, horas y estaciones,
y casas donde habita mi refugio.
Cómo decirte, para que sepas,
que tienes un rincón para tu almohada
alojado en lo profundo de mis noches,
que sueño una canción para tus dedos,
y que así sepas, al escucharla,
lo que no digo.

esto no es desnudarse...

Esto no es desnudarse.
Las palabras solamente son palabras.
Breve el tacto,
en esa búsqueda retórica sin caricia,
más métrica que física,
más poética,
la erótica de mi razón se devana el alma.
Los versos
–más salvajes—
se encabalgan solos.
Pero eso tampoco es desnudarse.
Si así fuera
qué decir,
sencillamente,
de tu mano en el botón de mi camisa,
de tu pecho arrinconándose en mi espalda
o el camino reptilíneo de tu lengua.

yo apenas he sido muerte...

Yo apenas he sido muerte,
apenas me vi un día germinar desde lo hondo
y ya la vida
me lanzaba hacia delante sin preguntas,
a una vanguardia coja y con apnea
que yo balbuceaba sin los dientes
y desde unos pulmones recién hechos.
Yo, que fui principio y martes,
apenas me dividí tremenda
en pedazos de polvo y agua,
de agua y tierra.
Barro.
Barro y restos de los días que se fueron,
de un pasado blando y dulce,
azul anémona y feliz.
Yo, que estuve, era y vine,
me resulta esta mordida de alga-ayer,
honda en el pecho,
el último dolor, el más sencillo.
Vertebra desde mi espalda armazones nuevos,
abriéndome ante los ojos la tierra inmensa,
meseta, soneto y tabla,
tan llana y grave.
Y ya no soy, y ya me voy
y me retiro.
Principio y fin,
cara y envés,
y al fin presente.

castellana, plana y grave...

Castellana, plana y grave,
se me muestra esta meseta recta,
paralela y roma, horizontal, dormida.
Cortada en retales y acostada bajo el cielo,
parda y extensa,
se destila en cereal silencio y,
sin embargo,
de su matriz lineal, de un mar sin olas,
le amanece y la interrumpe
un árbol solo,
un tiempo vertical, un sueño en vela,
un soplo y una luz que al sol converge.

Terrestre

“un día la infatigable sed de ser corpóreo
en nosotros irrumpe, lo mismo que la luz”
Pedro Salinas, Razón de amor

todo el agua del mar...

Todo el agua del mar, su cargamento,
no es pasto para carne sin escama,
el plancton y el coral, el alga en rama,
niegan al hueso frágil su sustento.

Mi desear marino fue el intento
de prescindir de un aire que hoy reclama
pulmones para ver la voz que exclama
respiración de luz como alimento.

Despierta sin embargo hambre de suelo
en este cuerpo que de piel se viste,
dispuesto a recorrer en paz, con calma,

la superficie nueva de otro anhelo:
una extensión fecunda que conquiste
la vocación terrestre de mi alma.

habito hoy en el hueco de mi cama...

Habito hoy en el hueco de mi cama
como animal extraño que te mira
y este sentir persigue, torna y gira
mi llana humanidad en fauna llama.

También tu voz de boca en fauces brama
y tu mano de hombre en garra vira,
instinto que razón tu amor retira
y hace blanco en mi ser y lo reclama.

Soy presa y alimaña en mi guarida,
mujer y no mujer, ya no soy nada;
exigua humanidad que a ti se dona,

pues te hago entrega en carne de mi vida
y te hago dueño en esta piel domada
de mi parte animal, de mi persona.

éramos luz primera...

Éramos luz primera en la ventana
que se pintaba blanca en mi cintura;
rompía luminosa la hora oscura,
lucía hambre de sol cada mañana.

Raíces de un deseo con temprana
necesidad de ramas en la altura,
tus ojos y mis hojas la futura
mirada arborescente que flor gana.

También trepaban ondas en los mares
cuando éramos la sal y las arenas,
sustancia de la espuma y oleaje.

No fuimos nada más que los lugares;
bocetos del pasado y sus escenas.
Luz, arboleda y mar. Somos paisaje.

tuvo tantos matices la tristeza...

Tuvo tantos matices la tristeza
que en vano se obstinaba la mirada
en distinguir color y pincelada,
en recobrar del tono la simpleza.

Qué sorpresa la luz, que despereza
de pronto mi retina esta jornada,
qué extraña la llegada inesperada
de tanta claridad, tanta certeza.

Se muestra ante mis ojos una senda
en la que siembre el día la semilla
de tiempos de comienzo, de mudanza.

La tierra me hace entrega de su ofrenda
de arena roja, azul, verde, amarilla.
Tiene tantos matices la esperanza…